jueves, 19 de febrero de 2009

LA BOINA FANTASMA


Rafaelillo Pérez Ruiz apareció como un meteorito en el viejo campo del Tejar de Pichilín una tarde de “match footbalistico” del año 1930, y, al verlo la ya entusiasta y joven hinchada veleña, entonces muy concurrida para ver en su ciudad tan nuevo espectáculo “sportivo”, supo de pronto que la tenía conquistada.
Rafaelillo sintió que le había entregado su corazón, se cumplía su último partido de football…
Como el César, “vino, se puso la boina fantasma, y su equipo muy necesitado de triunfos, venció”.
Cuando Rafaelillo, hijo y nieto de peluqueros, llegó a jugar al “football” parecía que ya estaba chabucado como jugador de este nuevo deporte que irrumpía con una gran fuerza en Vélez y toda la provincia.
Eres un “trasto viejo” le pregonaban. Cosa cumplida. Eres un asunto ya finiquitado... le decían.
A Rafaelillo nada más le quedaba la boina, y aquella risa francesa con la que en la "campa" de juego de Capuchinos (hoy día son jardines), adornaba sus geniales travesuras con la pelota casi redonda, y en la vida, como muchacho, apilaba montones de fantasías.
Jugó en varios equipos del pueblo, los formados junto a la antigua estación del tren, la popular explanada del Pozancón, el Barrio del Pilar y la Cruz del Cordero.
De Rafaelillo Pérez Ruiz, los pioneros seguidores veleños, Braulio Murciano, Fenech, Alfonso Castaños o Pepe Casamayor, tenían muchos motivos para recordarlo, y uno, que resumía toda la admiración:
El de aquel partido que presenciaron en el año 1928 cuando en la desaparecida Plaza de Toros de Vélez-Málaga, el sólo y diez más vestidos con las camisetas blancas que les regaló el empresario Antonio Piédrola Giménez, le ganaron al entonces invencible Málaga Sport Club.

Un partido donde el juego; hecho todo de gracia (como el Ave María) y la lucha, de anhelos ardientes y leal fiereza, todo unido, hizo por entonces que aquel encuentro resultara para muchos veleños de esa época inolvidable.
Él sólo y diez más vestidos de blanco. Pero fue Rafaelillo, el jugador cumbre de aquella tarde en el coso taurino y ya “footballero”.
Y eso que era casi un niño, por que siempre además tuvo cara de niño y sonrisa de trasquilón inocente de peluquería.

Hacía cosas de locura en un equipo, al que él le contagió un extraño fulgor. Marcó veinte “goals”, una docena de los cuales, a pura boina, “la boina fantasma de Rafaelillo”.

A sus rivales no les perdonaba una y es a los del Málaga Sport Club, a quién Rafaelillo le marcó aquel gol de palomita o de boinita, merecedor de que en su recuerdo se hubiese levantado en la ciudad un monumento.

Todo sucedió así, faltaban apenas segundos para terminar el partido, el cual iba empatado a seis tantos, cuando Rafaelillo se tiró con todo al alcance de un centro rastronero que desde la derecha le había enviado su compañero Antonio Castaños, aquel celebre centrocampista que lucía un pañuelo en la frente... y en ese momento la boina fantasma, casi al ras del suelo, alcanzó a darle a aquella pelota casi redonda, era el toque que le hacía falta para que cantaran el zumbido de victoria los veleños.
Ganadores del invencible Málaga Sport Club y un héroe entre los 11, Rafaelillo, Rafaelillo ¡Viva Rafaelillo “El Peluquero”!

Un año después repetía Rafaelillo sus hazañas. Su boina llegó a ser obsesión para los equipos que se enfrentaban a la Sociedad Deportiva Vélez Football Club, una obsesión de esas que te perseguían hasta en los sueños.
Poco tiempo después de haber marcado el “goal” de la victoria en aquel partido memorable, su rival malagueño organizó en los Baños del Carmen el partido de revancha y en el que se estudió la forma de neutralizar al delantero emboinado veleño.
La consigna era conseguir que “El Peluquero” saliese trasquilado y no llegara hasta el área malagueña.

Y así cuentan, que le formaron un cerco cerrado entre los defensas, Patricio, Araujo y a veces Vicaría, jugador que también acudía al centro del campo a darle una mano a los encargados de bloquear los movimientos del aquel fenómeno delantero, traviesa su sonrisa y negra boina.

La única vez, la única, que Rafaelillo pudo llegar al área rival aplicó el boinazo, ganó el Vélez y él salió de nuevo a hombros de sus compañeros y aficionados.
La llegada del equipo veleño horas más tarde en el vapor de Málaga fue muy esperada. La Banda Municipal fue enviada por mandato del Alcalde veleño Rafael Santiago para recibir a los “equipiers”.
Rafaelillo fue el primero en bajar, traía sonrisa ancha y bajo su brazo un paquetito con sus botillos y la boina envueltos en papel de diario.

Después de los partidos, armaba en el Café ABC de Luis Peña su maletita y tras un tiempo de tertulia se marchaba calle arriba hacía la peluquería de su familia, que estaba situada a la sombra de la torre de la Iglesia de San Juan, donde allí gozaba de una amplia clientela masculina y femenina, que jubilosa tomó como hábito el festejar en la barbería las hazañas balompédicas y los golazos de Rafaelillo y su boina fantasma.

Fue un veleño modesto, humilde al que quiero recordar en esta historia de fútbol. Me contaron, que sus amigos y seguidores lo quisieron hasta el delirio. Tesoro de afectos que el tiempo se encargaría de cubrirlo de olvidos.

Casi 80 años del gol más recordado de aquel pionero fútbol veleño. No fue un gol como los que se ven ahora de Iniesta, Villa, Kaka Crsitiano Ronaldo o Messi tras un pase en jugada de rodillo de ese genio que ha sido Zidane. Pero aquel tan añejo tanto hizo estallar de júbilos a Vélez-Málaga, mientras que a hombros salía de la antigua y desaparecida Plaza de Toros de Vélez el inolvidable muchacho apodado por el de “la boina fantasma”.
“Vini, boinorum colocorum, vincitorum”.