miércoles, 12 de diciembre de 2001

PELOTAZO A LA GLORIA

Este relato es muy singular, muy poco conocido y que para los amantes del fútbol a buen seguro os va a gustar. Es sín duda una de las historias más hermosas que pude investigar sobre el deporte rey.
La historia se centra en el período de la I Guerra Mundial, 1914-1918 y en especial en un oficial inglés nacido en Twickeham (1894), Wilfred Percy Nevill, quién pateando en primera línea de trincheras un balón de fútbol, llevó a su batallón a ganar la batalla de la Somme (Francia) contra las tropas alemanas. Es la verdadera historia de un soldado con un enorme espíritu deportivo, y que en línea con la tradición típica inglesa de aquellos entonces, sintió que la guerra era como un juego de fútbol, asimilando que cuando atacaban las posiciones ocupadas por los alemanes en Francia, esto se trataba de un partido pero a vida o muerte. Pero conozcamos primero aquella guerra, que fue mucho más lenta de lo que sus "precursores" preveían. Fue este, un enfrentamiento militar totalmente diferente a los que se habían desarrollado con anterioridad en el continente europeo. Hay que destacar que fue el primer conflicto bélico con el sobrenombre de "Mundial" ya que estuvieron involucradas la casi totalidad de las potencias mundiales de la época.
También hay que resaltar el hecho de que en esta guerra se utilizaron nuevas formas de lucha, tanto en armas (químicas, lanzallamas, tanques, etc.), así como en la forma en la que quedaron establecidos los frentes. Es justamente en ese aspecto por lo que se denominó "la guerra de trincheras" y en lo que se adentra esta verdadera historia.
Corría el verano de 1916 y los ejércitos contendientes se habían atrincheraron a lo largo de cientos y cientos de kilómetros. Una guerra que se convertiría en un martirio para millones de hombres durante varios años, en condiciones ambientales durísimas.
Trincheras que eran fosos excavados para vigilar y protegerse del fuego enemigo. Para luchar contra la lluvia y el fango se utilizaban empalizadas de madera y sacos. A continuación a unos metros se colocaban alambradas y estacas de madera para que el enemigo no pudiera infiltrarse fácilmente.
El espacio entre la trinchera de un ejército y el del contrario, y que tenían una distancia de entre cincuenta a ochenta metros, se denominaba "tierra de nadie".
Estas trincheras se mantuvieron estáticas durante mucho tiempo y por lo tanto, eran frecuentes las escaramuzas de unos y otros desesperados por llegar a dominar parte de la trinchera enemiga.
Aparte de esto, la vida en estos lugares fue una de las más espantosas pesadillas que hubieron de superar los combatientes. Vivir mal alimentados, casi siempre mojados y embarrados, enterrados en lugares reducidos y en una tierra tan fría y húmeda como el Norte de Francia y el Sur de Bélgica causó muchos millares de bajas debido a las gripes, pulmonías, tuberculosis, reumas y a todo tipo de enfermedades contagiosas propagadas por piojos, pulgas, ladillas y ratas.

Estos roedores bien alimentados de tanto cadáver insepulto y de tantos depósitos de víveres despanzurrados por las granadas de artillería, proliferaron a millones, convirtiéndose en uno de los suplicios de los combatientes, que tenían que quitárselas de la cara o las manos mientras dormían. Así hubo quienes se especializaron, con la ayuda de perros, en desratizar las trincheras.

Los frentes en estas zonas europeas se fueron estancando con durísimos inviernos y extremadas condiciones ambientales que hicieron que la moral de los combatientes estuviera por los suelos. De ahí que en los primeros meses de 1916 se dieran los primeros motines en el ejército francés, que asustaron al alto mando aliado.

Uno de esos mandos era Nevill, nuestro capitán protagonista, más conocido por el apodo de “Billie” o “Bill”, que nombrado con 20 años en noviembre de 1914 como Teniente Segundo, fue enviado al 8º Batallón del Regimiento de la East Surrey. Después de completar su formación militar en Gran Bretaña, Nevill fue destinado definitivamente en julio de 1915, al aguerrido 15ª R.D. de Montpelier, regimiento británico que junto con las fuerzas francesas intentaban romper las líneas alemanas a lo largo de un frente de 40 kilómetros al norte y al sur del Río Somme, en el norte de Francia. Un par de meses antes de la batalla de Somme, y en su último permiso que dispuso en Londres al aprovechar su rápido ascenso como capitán, Nevill decidió comprar cuatro balones (uno por cada pelotón destinado en Somme) con la idea de que mientras sus soldados aguardaban días y días tras las trincheras de un posible ataque o defensa del frente, éstos pudieran hacer algo que les pudiera evadirse de aquellos momentos. Y que mejor que darle patadas a un balón de fútbol, deporte que siempre le apasionó y que desde niño seguía como “supporter” del Everton. Mientras esto ocurría, algunos de los mandos militares entre ellos el comandante Douglas Haig, intentaban avanzar unos pocos metros más al precio que fuese, todo para intentar ganar honores, pero la situación de trincheras cada vez se hacía más complicada.



De ahí que la madrugada del 1 de julio de 1916, cinco minutos antes de las 7’30 horas, sería el momento de la verdad para un total de 14 divisiones británicas, apoyadas por cinco divisiones francesas que se lanzarían al ataque sobre un frente de 28 millas de ancho minado de ametralladoras alemanas.

Nevill que se presentó voluntario para ser uno de los primeros en saltar al fuego alemán, trasmitió a sus oficiales el deseo de avanzar hacia las trincheras alemanas como antes jamás se había hecho. Esto se haría al saque de potente chut de un balón, es decir tras un “kick off”, desde las primeras líneas aliadas. La idea del joven capitán inglés (que repartió los balones entre los oficiales de su batallón, Bobby Soames, Alex Woodrow y W. Alcock), era que al patearlas a zona enemiga, estas servirían también como un gran acicate (quizás un exceso de arrogancia) para convencer a sus hombres de que el ataque ante los alemanes iba a ser un mero paseo… Este mensaje que fue trasladado entre los batallones y de punta a punta de las trincheras aliadas, sirvió increíblemente de revulsivo en sus soldados. Una batalla que pasaría después a ser una de las más largas y sangrientas de la Primera Guerra Mundial, con más de un millón de bajas entre ambos lados.

Cinco minutos de la hora acordada, W.P. Nevill, fue el primero de todos en saltar de las trincheras que lo protegía, y corriendo tras la pelota que el pateó al aire, encabezó el asalto contra las trincheras alemanas… unos minutos después le seguiría con otra pelota al cielo Bobby Soames

El campo de batalla se silenció entonces súbitamente, mientras la artillería intentaba localizar la próxima línea de objetivos que marcaba Nevill corriendo entre complicados parapetos. Su pelotón, al que reconocieron después como “el del fútbol”, y que en principio vaciló, después siguió a su capitán. Una oleada tras otra, aquella clara y cálida mañana de julio, los soldados abandonaban la relativa protección de sus trincheras para caer abatidos sin remisión por las mortíferas ametralladoras “Maxim” germanas.

Nevill ya herido de metralla moriría de forma casi instantáneamente de un cañonazo, pero su país, Inglaterra, conquistaría aquella tierra de nadie y pudo celebrar la batalla como la primera victoria del fútbol inglés en el frente de guerra. Años más tarde los historiadores han coincidido que el propósito principal de aquella sangrienta batalla era distraer a las tropas germanas de la Batalla de Verdún ; sin embargo, las bajas de la batalla del Somme terminaron siendo superiores a las de esta última. La batalla es recordada principalmente por su primer día, 1 de julio de 1916, en el que los británicos sufrieron 57.740 bajas, de las cuales 19.240 fueron mortales. Constituye la batalla más sangrienta en la historia del Ejército Británico. Nevill y muchos de sus compañeros serían enterrados en el cementerio de Montauban en un valle denominado “Squeak Forward Position”.


Aquel “glorioso balón de cuero” que pateo Nevill y que abrió la batalla, tenía escrito la leyenda: "La Gran Copa de Europa. Final: East Surreys v Bávaros. Saque inicial desde la Zona Cero”, fue objeto de un emotivo acto militar al que se le rindieron (como se ve en la foto) honores de héroe.

De los cuatro balones que el capitán inglés había comprado, aún se conservan dos, uno en el Museo Nacional del Ejército y el otro en el Museo Queen's en el Regimiento de Canterbury, Kent. En Alemania aún se sigue considerando este hecho como un claro ejemplo de la locura inglesa.

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