sábado, 5 de enero de 2002

AL AFICIONADO VELEÑO


La impresión que tuve cuando pisé por primera vez el estadio Vivar Téllez a finales de los años ochenta, nunca la podré olvidar. Sinceramente, era un terreno de juego diferente a los demás... muy particular, más bien especial.
Recuerdo que jugaba el Vélez entrenado por un tal Pepe Ríos, contra el Centro de Deportes El Palo y que había bastante gente animando a los dos equipos. Se palpaba en el ambiente una gran rivalidad.
Más que del desarrollo del encuentro, he de confesar que estuve más pendiente del entorno, de la gente que rodeaba aquel domingo de fútbol tan necesitado, por las dos aficiones, de los entonces dos puntos que había en juego. Observé sus peculiares maneras de vivir y sentir a su equipo, sus expresiones mezcladas entre sobresaltos, alegrías y tristezas, todas ellas derivadas de un simple y mero partido de fútbol.
Aquella primera vivencia, hoy hace casi 20 años, las anoté junto a otras tantas, en ese “cuadernillo” hasta la fecha imborrable de mi memoria, eran mis primeras experiencias como modesto periodista deportivo en Radio Costa de Algarrobo, nunca pensando en que un día como hoy quedarían reflejadas en este blog...
Siempre desearé que éstas permanezcan imborrables. Son en definitiva el simple y grato recuerdo de aquellos personajes muy particulares, jugadores, directivos, entrenadores o aficionados, algunos ya no están con nosotros, y que vivieron muchos domingos de fútbol en Vélez-Málaga de una manera entusiasta, como dije antes, muy especial...

Mi visión fue comprobar, que una vez por semana, el aficionado al balompié huye de su casa y asiste al estadio.
Observé como flameaban tres banderas en la puerta encalada, arqueada y recién remodelada por los hermanos Toboso del Vivar Téllez. Ya dentro del campo puede ver como calentaban los jugadores, como se olía a linimento que nos llegaba desde la caseta del siempre, eterno y popular, Antonio Ferrer Corpas “El Fraguas”, mientras que un tal Armando Escalona “El Tacones”, arrojaba agua con manguera en mano y con el torso sudoroso y semidesnudo, sobre el poco albero que quedaba en la zona de fondo. Armando, decía Juan Lopéz Jiménez "El Chanin", moja mas el "césped" que hoy hace mucha calor...

Se palpaba que la ciudad parecía desaparecer por algo más de noventa minutos, que la rutina se olvidaba, y sólo existía el recinto deportivo, un tanto ladeado y rectangular donde se verían las caras los veintidós jugadores.
Un espacio sagrado, con una única religión que no tiene ateos y que exhibía en esos instantes a sus divinidades.
Aunque el socio o el hincha veleño, sabía que podía contemplar el milagro de la victoria sentado cómodamente frente a la pantalla de su televisor, eso sí, un día o dos después y en diferido en las pioneras televisiones por cable que en aquellas fechas irrumpían en nuestra ciudad, Velevisa y Electrovideo Tv, éste prefería emprender su peregrinación hacia el estadio después de tomar un buen café en el Bar Niza.

Comprobé que todos los aficionados tomaban, casi hermanados, la dirección hacia el Vivar Téllez, lugar donde iban a ver en carne y hueso a sus “niños” batiéndose a duelo contra los “demonios” de turno.
Aquí, el hincha veleño empieza a tragar saliva, tragar veneno, incluso el humo de los puros que fuma un tal Juanillo Herrera, que acaba de alisar con el viejo colchón de muelles y después de alinear con cal, el terreno de juego.
Unos se comían las uñas susurrando plegarias, otros buscaban el lugar de encuentro con sus amigos de siempre, en el corner de Carmen Lago o tras el banquillo local, y un tal Salvador López Castillo, apodado “Vinagre”, ya se hace notar a lo lejos con su voz rota y ronca en las para todos habituales amenazas y maldiciones... ¡Y una mierda para el que no diga Vélez!... se oye de su parte.
Y de pronto, sin esperarlo y sin darme cuenta que el partido ya había comenzado, se rompen las gargantas en una sonada ovación, y todos saltan como pulgas abrazando al desconocido que grita ¡goooool! a su lado.
Ha sido gol sí, marcado de zurdazo por un tal Juani España.
Mientras dura esta misa pagana de celebración, el hincha veleño se convierte en muchos. Como cientos de otros devotos, comparten la certeza de que son los mejores, que todos los árbitros están vendidos y hay que tirarlos como en los años sesenta decían, a la alberca próxima de “El Coleno” y que todos los rivales que nos visitan, son unos tramposos. Y es que, el enemigo es siempre el culpable…

Comprobé que rara vez el aficionado dice: “Hoy juega mi equipo”. Más bien comenta: “Hoy jugamos nosotros”. Sabe además, el denominado jugador “número doce”, que él es quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, y eso bien que lo saben los jugadores rivales, que jugar sin afición, es como bailar sin música.
Cuando el partido termina, el aficionado veleño, que no se ha movido de su lugar estratégico en el campo, solo para la cervecita y el picoteo del momento, celebra su victoria y comenta:
¡Que goleada les hemos metido, que partidazo hicimos!
También sabe llorar las derrotas...
¡Otra vez nos estafaron, vaya árbitro ladrón! ¡Arbitroooooooooo!

Y entonces el sol se va... y el aficionado poco a poco también.
Caen las sombras sobre el Vivar Téllez que se va quedando vacío, huérfano de luces, voces y emoción. Sólo quedan los delegados de uno y otro equipo, por el veleño, Fali Sánchez
“El Pollero” y mi querido Enrique Atencia Portillo, ambos esperando el acta que está rellenando el colegiado, y que para el que perdió el partido, siempre se le hace eterna la entrega del “papelito” que le acredita oficialmente como perdedor.
El estadio Vivar Téllez se queda poco a poco sólo y también el hincha que regresa a su soledad, ese “yo” que ha sido el nosotros: el aficionado se aleja, se dispersa, se pierde camino del Reñidero, Canalejas, Capuchinos o el Barrio de la Villa... y el domingo acaba siendo melancólico, como un miércoles de ceniza después de la muerte del carnaval...
Es el momento en que Armando Escalona, retira de la entrada del campo sus carteles hechos a mano con fotos del Vélez recortadas del periódico “El Sol” y de poner los dos candados oxidados en las cadenas de las puertas del Vivar Téllez, mientras no muy a lo lejos se oye decir...
¿Por cierto niño, que equipo será el próximo que juega en casa?
¡El Motril! contesta un flaco y desgarbado chaval de nombre Fernandito, de apellidos Ruiz Hierro, que sueña con jugar algún día en Primera División junto a sus hermanos, Antonio y Manolo
“Bueno tranquilo niño” dice “El Tacones”… “Que a esos también les ganamos nosotros, aunque sea a “pedrás”.
Desde aquel día, sin ser nativo de esta ciudad, el Vélez me enganchó... era, es, y seguira siendo con o sin, "El Pollero", "El Tacones", "El Vinagre", "El Fraguas" etc, etc, un equipo diferente.

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