miércoles, 12 de diciembre de 2001

PELOTAZO A LA GLORIA

Este relato es muy singular, muy poco conocido y que para los amantes del fútbol a buen seguro os va a gustar. Es sín duda una de las historias más hermosas que pude investigar sobre el deporte rey.
La historia se centra en el período de la I Guerra Mundial, 1914-1918 y en especial en un oficial inglés nacido en Twickeham (1894), Wilfred Percy Nevill, quién pateando en primera línea de trincheras un balón de fútbol, llevó a su batallón a ganar la batalla de la Somme (Francia) contra las tropas alemanas. Es la verdadera historia de un soldado con un enorme espíritu deportivo, y que en línea con la tradición típica inglesa de aquellos entonces, sintió que la guerra era como un juego de fútbol, asimilando que cuando atacaban las posiciones ocupadas por los alemanes en Francia, esto se trataba de un partido pero a vida o muerte. Pero conozcamos primero aquella guerra, que fue mucho más lenta de lo que sus "precursores" preveían. Fue este, un enfrentamiento militar totalmente diferente a los que se habían desarrollado con anterioridad en el continente europeo. Hay que destacar que fue el primer conflicto bélico con el sobrenombre de "Mundial" ya que estuvieron involucradas la casi totalidad de las potencias mundiales de la época.
También hay que resaltar el hecho de que en esta guerra se utilizaron nuevas formas de lucha, tanto en armas (químicas, lanzallamas, tanques, etc.), así como en la forma en la que quedaron establecidos los frentes. Es justamente en ese aspecto por lo que se denominó "la guerra de trincheras" y en lo que se adentra esta verdadera historia.
Corría el verano de 1916 y los ejércitos contendientes se habían atrincheraron a lo largo de cientos y cientos de kilómetros. Una guerra que se convertiría en un martirio para millones de hombres durante varios años, en condiciones ambientales durísimas.
Trincheras que eran fosos excavados para vigilar y protegerse del fuego enemigo. Para luchar contra la lluvia y el fango se utilizaban empalizadas de madera y sacos. A continuación a unos metros se colocaban alambradas y estacas de madera para que el enemigo no pudiera infiltrarse fácilmente.
El espacio entre la trinchera de un ejército y el del contrario, y que tenían una distancia de entre cincuenta a ochenta metros, se denominaba "tierra de nadie".
Estas trincheras se mantuvieron estáticas durante mucho tiempo y por lo tanto, eran frecuentes las escaramuzas de unos y otros desesperados por llegar a dominar parte de la trinchera enemiga.
Aparte de esto, la vida en estos lugares fue una de las más espantosas pesadillas que hubieron de superar los combatientes. Vivir mal alimentados, casi siempre mojados y embarrados, enterrados en lugares reducidos y en una tierra tan fría y húmeda como el Norte de Francia y el Sur de Bélgica causó muchos millares de bajas debido a las gripes, pulmonías, tuberculosis, reumas y a todo tipo de enfermedades contagiosas propagadas por piojos, pulgas, ladillas y ratas.

Estos roedores bien alimentados de tanto cadáver insepulto y de tantos depósitos de víveres despanzurrados por las granadas de artillería, proliferaron a millones, convirtiéndose en uno de los suplicios de los combatientes, que tenían que quitárselas de la cara o las manos mientras dormían. Así hubo quienes se especializaron, con la ayuda de perros, en desratizar las trincheras.

Los frentes en estas zonas europeas se fueron estancando con durísimos inviernos y extremadas condiciones ambientales que hicieron que la moral de los combatientes estuviera por los suelos. De ahí que en los primeros meses de 1916 se dieran los primeros motines en el ejército francés, que asustaron al alto mando aliado.

Uno de esos mandos era Nevill, nuestro capitán protagonista, más conocido por el apodo de “Billie” o “Bill”, que nombrado con 20 años en noviembre de 1914 como Teniente Segundo, fue enviado al 8º Batallón del Regimiento de la East Surrey. Después de completar su formación militar en Gran Bretaña, Nevill fue destinado definitivamente en julio de 1915, al aguerrido 15ª R.D. de Montpelier, regimiento británico que junto con las fuerzas francesas intentaban romper las líneas alemanas a lo largo de un frente de 40 kilómetros al norte y al sur del Río Somme, en el norte de Francia. Un par de meses antes de la batalla de Somme, y en su último permiso que dispuso en Londres al aprovechar su rápido ascenso como capitán, Nevill decidió comprar cuatro balones (uno por cada pelotón destinado en Somme) con la idea de que mientras sus soldados aguardaban días y días tras las trincheras de un posible ataque o defensa del frente, éstos pudieran hacer algo que les pudiera evadirse de aquellos momentos. Y que mejor que darle patadas a un balón de fútbol, deporte que siempre le apasionó y que desde niño seguía como “supporter” del Everton. Mientras esto ocurría, algunos de los mandos militares entre ellos el comandante Douglas Haig, intentaban avanzar unos pocos metros más al precio que fuese, todo para intentar ganar honores, pero la situación de trincheras cada vez se hacía más complicada.



De ahí que la madrugada del 1 de julio de 1916, cinco minutos antes de las 7’30 horas, sería el momento de la verdad para un total de 14 divisiones británicas, apoyadas por cinco divisiones francesas que se lanzarían al ataque sobre un frente de 28 millas de ancho minado de ametralladoras alemanas.

Nevill que se presentó voluntario para ser uno de los primeros en saltar al fuego alemán, trasmitió a sus oficiales el deseo de avanzar hacia las trincheras alemanas como antes jamás se había hecho. Esto se haría al saque de potente chut de un balón, es decir tras un “kick off”, desde las primeras líneas aliadas. La idea del joven capitán inglés (que repartió los balones entre los oficiales de su batallón, Bobby Soames, Alex Woodrow y W. Alcock), era que al patearlas a zona enemiga, estas servirían también como un gran acicate (quizás un exceso de arrogancia) para convencer a sus hombres de que el ataque ante los alemanes iba a ser un mero paseo… Este mensaje que fue trasladado entre los batallones y de punta a punta de las trincheras aliadas, sirvió increíblemente de revulsivo en sus soldados. Una batalla que pasaría después a ser una de las más largas y sangrientas de la Primera Guerra Mundial, con más de un millón de bajas entre ambos lados.

Cinco minutos de la hora acordada, W.P. Nevill, fue el primero de todos en saltar de las trincheras que lo protegía, y corriendo tras la pelota que el pateó al aire, encabezó el asalto contra las trincheras alemanas… unos minutos después le seguiría con otra pelota al cielo Bobby Soames

El campo de batalla se silenció entonces súbitamente, mientras la artillería intentaba localizar la próxima línea de objetivos que marcaba Nevill corriendo entre complicados parapetos. Su pelotón, al que reconocieron después como “el del fútbol”, y que en principio vaciló, después siguió a su capitán. Una oleada tras otra, aquella clara y cálida mañana de julio, los soldados abandonaban la relativa protección de sus trincheras para caer abatidos sin remisión por las mortíferas ametralladoras “Maxim” germanas.

Nevill ya herido de metralla moriría de forma casi instantáneamente de un cañonazo, pero su país, Inglaterra, conquistaría aquella tierra de nadie y pudo celebrar la batalla como la primera victoria del fútbol inglés en el frente de guerra. Años más tarde los historiadores han coincidido que el propósito principal de aquella sangrienta batalla era distraer a las tropas germanas de la Batalla de Verdún ; sin embargo, las bajas de la batalla del Somme terminaron siendo superiores a las de esta última. La batalla es recordada principalmente por su primer día, 1 de julio de 1916, en el que los británicos sufrieron 57.740 bajas, de las cuales 19.240 fueron mortales. Constituye la batalla más sangrienta en la historia del Ejército Británico. Nevill y muchos de sus compañeros serían enterrados en el cementerio de Montauban en un valle denominado “Squeak Forward Position”.


Aquel “glorioso balón de cuero” que pateo Nevill y que abrió la batalla, tenía escrito la leyenda: "La Gran Copa de Europa. Final: East Surreys v Bávaros. Saque inicial desde la Zona Cero”, fue objeto de un emotivo acto militar al que se le rindieron (como se ve en la foto) honores de héroe.

De los cuatro balones que el capitán inglés había comprado, aún se conservan dos, uno en el Museo Nacional del Ejército y el otro en el Museo Queen's en el Regimiento de Canterbury, Kent. En Alemania aún se sigue considerando este hecho como un claro ejemplo de la locura inglesa.

viernes, 9 de noviembre de 2001

MATIAS PRATS, EL GRAN MAESTRO DE LA RADIO

“Este niño tiene algo en la cabeza” decía de aquel alumno el maestro de la escuela de Villa del Río. En la escuela del pueblo cordobés había un niño prodigio, un Mozart de la poesía que hacía unos versos preciosos en su ingenuidad. Como aquel niño prometía tanto, alguien mandó una de aquellas poesías a Federico Algarra, propietario entonces de Radio Córdoba.
Matías Prats Cañete se llamaba aquel puñetero niño. Y como el verso que habían mandado gustó tanto al director de la emisora EAJ 24, lo llamaron a la capital, como si fuera un Joselito de años antes o un Arturito Pomar sin ajedrez: “Que venga ese niño a Córdoba a recitar esos versos cara al público en el programa de Navidad... Y allá fue el niño prodigioso. El poema que leyó ante el micrófono el niño Matías de Villa del Río estaba dedicado a los Reyes Magos:
Los Reyes Magos de Oriente llegaron de madrugada ¡Mira! ¿Ves estos bombones? pues me han traido dos cajas... “Aquel niño poeta, a medida que avanzaba en su recitado, así me lo comentaba en una cena el propio Matías en torno a una mesa del Restaurante el Jardín de Torre del Mar, iba revistiendo con los ornamentos de los reyes de Oriente, capa larga y turbante, barba florida y corona, a las figuras del director de la emisora y de su propio padre, que habían puesto en sus manos lo que iba a ser el más preciado juguete de su vida: un micrófono” El micrófono o la poesía. Matías Prats pasó por un locutor, por un maestro de la radio, cuando en verdad siguió haciendo toda su vida lo mismo que en su debu con picadores en forma de Reyes Magos en aquella pionera radio cordobesa: decir poesías. Nacen los cordobeses dotados de todas las armas del arte de la palabra, y a Góngora, a Pablo García Baena, a Ricardo Molina... O a Matías Prats. Si se pasa ahora en su recuerdo, por la memoria las cintas de las retransmisiones de partidos de fútbol o de corridas de toros de Matías Prats, verán que en sus palabras había ritmo, imágenes arriesgadas, metáforas. Culto cordobés al lenguaje. Gongorinamente Matías levantó altos muros y excelsas torres en el arte de la palabra al servicio de la imaginación. Realismo mágico. Narró el gol de Zarra a Inglaterra en Maracaná y España entera no solamente estaba viendo el gol, sino marcando todos los españoles un tanto a la Pérfida Albión. ¿No es Góngora puro, Góngora del “Polifemo”, llamar Pérfida Albión al equipo inglés cuando le marca un gol el delantero vasco Zarra?
Que, naturalmente, y gracias a Don Matías, España entera aprendió a decir que se llama el delantero Telmo Zarraonaindía. Hay que ser un poeta para haber dicho Zarraonaindía con ese ritmo, esa armonía... y encima para que España entera aprendiese a decir algo tan difícil como una boina de Tolosa en forma de apellido.
Bueno, aprendimos que Zarra era Zarraonaindía y aprendimos que había nacido en Ásua el 30 de enero de 1.921, que se crió en Munguía y empezó jugando en el Erandio. En medio tiempo de un partido de la selección radiado por Don Matías (me decía mi abuelo) acababas sabiendo el nombre del caserío de la prima de la tía de Baracaldo de Telmo Zarra, y el nombre de la vaca más gorda que había dejado Guillermo Campanal allá en sus verdes brañas antes de llegar a jugar en el Sevilla C.F. Matías ganó para siempre el Pichichi con su gol en Maracaná, que sigo pensando que lo marcó más el locutor que el locucionado Zarra, y que ha seguido ganado cada día el Pichichi del Espasa. Matías Prats tuvo siempre en el disco duro de su prodigiosa memoria un “Servicio de Documentación” que hay que reírse del Archivo de Simancas. Estaba retransmitiendo una vez una corrida de toros de Rivera Ordóñez por Antena 3 TV, apareció con los palos el banderillero Hipólito y recuerdo que dijo algo así: “Ahí va Hipólito, por cierto, primo de Salvador Távora Triano, el gran autor teatral, que también fue novillero y que a las órdenes de Salvador Guardiola Domínguez, actuaba en el coso balear, la funesta tarde en que el caballero en plaza hispalense, de la familia propiciatoria de El Toruño y del hierro de los Pedrajas, halló la muerte en Palma de Mallorca... Mi amigo Matías inventó el fútbol codificado. Aquel poeta de Villa del Río, aquel Góngora del micrófono, codificó el lenguaje del fútbol, y que desde entonces se sigue usando. La metáfora mitológica de Cancerbero aplicada al portero. El tropo literario de la parte de llamar trencilla al árbitro. La alta estrategia de la posición teórica del defensa central. Poeta de la geometría del punto de penalti. Poeta del tiempo de cuando van transcurridos veintidós minutos de juego en La Rosaleda, y el marcador continúa 1-0 a favor del conjunto malagueñista... Aquel niño de pantalones cortos de los versos de los Reyes Magos ya no nos sigue trayendo el regalo de sus poemas de futbol y toros, de su voz...
El Archivo de Indias en su memoria. Matías, después de mucho vivido, este poeta de Córdoba que inventó el gongorismo del fútbol que hace un tiempo nos dejó, descansa en otro lugar, pero su peculiar voz seguro que relatará a otros, en otras partes... sus anécdotas con Di Estefano, y ahora más que nunca con compañero Telmo Zarra en una cabina privilegiada desde lo más alto y como no, con Ferenc Puskas (al que un buen día le apodó con su peculiar ingenio “cañoncito pum” o Kubala, Juan XXIII, Evita Perón, Picasso, Carlos Gardel, Franco, Bahamontes, Belmonte, Manolete...
Tuve la suerte de compartir con Don Matías varios momentos bonitos de mi vida profesional, la primera vez en la inauguración del Colegio de Arbitros en Málaga, años más tarde cuando fui premiado junto con él en la bonita localidad de El Borge en 1.999, y sobre todo, la presentación que realizo en el salón de plenos de Vélez-Málaga de mi libro de fútbol.
Fue la última vez que este maestro de periodistas visitó la capital de la Axarquía. Mi amistad continuó por medio de llamas telefónicas a su domicilio de Madrid o de alguna visita que le hacía a Marbella siempre por finales de la primavera. Pocos meses antes de su muerte, recibiría un micrófono de martillo de los que utilizó Don Matías a mediados de los años cincuenta para radiar aquellos partidos de fútbol y corridas de toros. Me lo envió sabiendo de mi colección y cumpliendo la promesa que me realizó en El Borge. Es sin duda una de las joyas más preciadas que poseo dentro de mi colección sobre todo lo que rodea el fútbol. Mi homenaje desde este blog a la voz del siglo XX, y que extrañamos en el XXI, un creador de palabras y de imágenes que inventó el fútbol codificado para que lo viésemos siempre en abierto gracias al prodigioso don de su palabra.

miércoles, 23 de mayo de 2001

CARLOS VELA, EL OTRO BARBOSA

Pese a que muchos compañeros de equipo lo tenían ya por fallecido, siempre quise saber qué fue de Carlos Vela Megías, aquel primer guardameta que tuvo el C.D. Veleño de Educación y Descanso en Tercera División.
Mi interés era por la historia que alberga dentro del fútbol veleño y malagueño y que me viene a recordar, en lógica mucho menos mediática, a lo que le ocurrió al guardameta brasileño Moacyr Barbosa en la final de la Copa del Mundo de 1950 ante la selección de Uruguay.

Y es que Brasil tenía preparada toda la fiesta ese día, 200.000 personas colmaban el mítico estadio de Maracaná. No había dudas, ese 16 de julio, Brasil se proclamaría Campeón del Mundo por primera vez. Pero la alegría se convirtió en angustia, cuando primero Schiaffino empató el partido y después en desazón, su compañero Ghiggia puso el 2-1 ante una, según se dijo siempre, floja intervención del guardameta Barbosa.


Al terminar aquel partido con derrota, los jugadores brasileños escaparon por las puertas del estadio vestidos de mujeres y de civiles, mientras que la selección de Uruguay, que tardó más de ocho horas en salir del estadio en previsión de males mayores, se llevó el trofeo de Campeón del Mundo a la ciudad de Montevideo envuelto en varios papeles de periódico.
Después de aquel día, el conocido por el “Maracanazo”, sin duda la tragedia más grande en la historia del fútbol brasileño, la vida del portero se convirtió en un calvario.

La gente le comenzó a rechazar allí donde fuera, el mismo Barbosa llegó a expresar: “Si no hubiera aprendido a contenerme cada vez que la gente me reprochaba lo del gol, habría terminado en la cárcel o en el cementerio hace ya mucho tiempo”.Barbosa durante esos 50 años de pena, ya que falleció el 7 de abril del 2000, dejó también otras frases que nos hacen sin duda replantear lo cruel que a veces puede ser el fútbol contra una persona: “En Brasil, la pena mayor que establece la ley por matar a alguien es de 30 treinta años de cárcel. Hace casi cincuenta años que yo pago por un “crimen” que no cometí y yo sigo encarcelado. La gente todavía dice que soy el culpable. Para muchos, fui el hombre que hizo llorar a todo Brasil”.

El que fuera (a pesar de la mala intervención en el segundo tanto uruguayo) uno de los mejores arqueros de Brasil, murió en la pobreza y el olvido. Pocos saben cómo y dónde. A su entierro asistieron no más de un centenar de personas, entre familiares y pocos amigos. Ninguna figura se hizo presente, ningún directivo del fútbol carioca estuvo despidiéndolo.
Al día siguiente uno de los diarios más importantes de Brasil, sintetizó la vida del guardameta en el siguiente titular: “La segunda muerte de Barbosa”… dando a entender que la primera fue en 1950.

El otro “Barbosa” es Carlos Vela Megías, tiene en la actualidad 75 años, nació en Málaga el 6 de enero de 1933, y fue guardameta de equipos como, Mato y Alberola,
C. D. Fuengirola, Real Balompédica Linense, Puente Genil y C. D. Veleño.
Este portero de figura alargada, llegaría a Vélez –Málaga a la edad de 29 años y como uno de los principales fichajes que hacía el técnico, Juan Antonio Aparicio, para fortalecer la portería veleña en lo que era la primera campaña (60-61) de este club en Tercera División.La cosa para Vela y su equipo no fue mal del todo, los del Vivar Téllez se mostrarían como un conjunto sobrio en casa, donde dejó escapar muy pocos puntos, y supo arrancar los suficientes a domicilio para no pasar apuros y lograr el único objetivo marcado, mantener la nueva e importante categoría a la que se accedía con un presupuesto que no llegaba a las 130.000 pesetas y después de numerosos años de intentos que se quedaron por el camino.

Sin embargo, la recta final en la vida deportiva de Carlos Vela se torcería en noventa minutos, ya que en el encuentro disputado en casa (jornada 22) ante el Melilla (20 de febrero de 1961) y después de ir ganando el C. D. Veleño por 2-0 (tantos de Miñi y José María Andrade), el equipo de Juan Antonio Aparicio acabaría para muchos “sorpresivamente” sucumbiendo por el resultado de 2-4.
Cuatro goles que dolieron muchísimo al aficionado veleño (no tanto como la derrota de de Brasil ante Uruguay), pero sí se puso en tela de juicio la labor de varios jugadores del equipo veleño en la segunda parte de aquel encuentro, siendo la más criticada la del guardameta.
El rumor que corrió como la pólvora por Vélez era que se habían vendido…lo que enfureció mucho más a los muchos seguidores y socios del club.
Llegaron estos rumores a tal punto, que incluso se sacó una pequeña letrilla en los carnavales de Vélez-Málaga que decía así:

“Se venden “Velas”, en casa Curro, representante Juan Rando…”

Quedaba claro y así se daba a entender, que jugando con el apellido del guardameta, la del defensa Curro (haciendo mención a un conocido restaurante de Málaga en donde se pudo tratar el asunto de una posible compra-venta del partido) y la del centrocampista “organizador” Juan Rando, lo que se cantaba apuntaba ciertamente a lo que era un rumor ya extendido por la ciudad. Era en definitiva el dedo cómico y a la vez acusador…

Estamos cerca de que se cumplan cuarenta y ocho años de aquel triste día en que el guardameta Vela, que fue nombrado persona non grata por un gran sector de aficionados veleños y directivos, tuviera que salir corriendo de Vélez-Málaga perdiendo hasta los zapatos, para tomar en marcha y con muchos apuros el ferrocarril Sub- Urbano que le llevaría a Málaga.
Fue la huida de Vela forzosa. Todo el mundo se fijó en él y lo peor de todo, la vida le empezaba a dar un giro de 180 grados.
Tras bastante tiempo intentando saber algo más de todo aquello, de cómo sucedió y en especial intentar saber si aún Carlos Vela vivía y dónde, pude encontrarle en la localidad almeriense de Adra.
Vía telefónica pude saludarle y entablar poco a poco cierta confianza con el ex guardameta del Veleño. Vela me expresó que nunca más volvió a Vélez, “Cómo iba yo a volver, si allí me querían matar” y añade con voz ciertamente tomada aún por la tristeza, “Es una pena todo lo que ocurrió. Jamás nos dejamos ganar. Aún lo recuerdo con notoria amargura, lo tengo muy presente. Yo siempre me entregue en cuerpo y alma al Veleño, y por un partido que no nos salió bien, yo fui el que pagó todas las consecuencias. Desde el fondo de mi alma sé que nunca tuve la culpa”.

Pocas horas después de aquella primera entrevista, le envié al correo electrónico de su nieto, varias fotos en las que figuraba el once titular de aquel primer equipo veleño en Tercera.
Simplemente se emocionó. No tenía una sola estampa de aquellos que fueron sus compañeros y a los que tuvo que abandonar sin una mera explicación o despedida.
Recordó Vela el gran partido que se hizo en un estadio de La Rosaleda abarrotado (4 de diciembre de 1960) y en el que se ganó por 1-2 al Atl. Malagueño que entrenaba Antonio Iznata “Chales”. Toda Vélez estaba aquel día en el campo malagueño. Vela que fue uno de los mejores junto a los goleadores de aquel encuentro, Lima y Toré, me contó que tras lo sucedido en Vélez se estableció primero en Adra, de donde es nativa su mujer. Allí jugó por muy poco espacio de tiempo en el primer equipo de esa localidad. Lugar hasta donde también llegarían los rumores de lo que le había pasado jugando con el C. D. Veleño.
Aunque no lo ha querido reconocer muy de lleno, quizás todavía molesto por todo lo que vivió y se dijo de su persona, la realidad es que se vio forzado a dejar totalmente el fútbol y emigrar a Francia en busca de nuevos horizontes y de otra profesión. Desde entonces en lo deportivo sólo encontró el vacío de los que fueron sus compañeros y el olvido por los equipos que militó.

Siempre se ha dicho que el triunfo reconoce banderas y nacionalidades, que los títulos en el fútbol tienen muchos padres y las victorias madres. Sólo la derrota y si es además de forma muy cuestionada por otros aspectos y circunstancias, es huérfana y bastarda.
Carlos Vela, este “Barbosa” de nuestro fútbol después de tantos años de espera, tuvo por fin el gran abrazo que siempre deseó, ese al que llamaría del “descanso” por parte del que fuera su equipo, y sobre todo, pudo ser oído con palabras sentidas y curtidas por el paso del tiempo, que contribuyeron a esclarecer todo lo que pasó y que “aquello que sucedió fuese de una vez definitivamente olvidado”.

Fue de justicia oírle 48 años después (casi medio siglo esperando) cuando el Vélez C.F. se enfrentaba este año al Adra en el estadio Miramar de esa localidad.
Carlos Vela por fin tuvo la oportunidad y como no, el perdón que nunca llegó a tener Moacyr Barbosa, del que cuentan que su alma todavía vaga en pena por el estadio de Maracaná.

domingo, 6 de mayo de 2001

LOS CROMOS DEL ARCA DE NOÉ


Las viejas colecciones de cromos, protagonistas de tantos y tan gratos recuerdos llenos de nostalgia, no son, contra lo que pudiera pensarse, un invento moderno. En Europa la aparición del cromo como medio divulgativo o de promoción de un artículo determinado tuvo su lugar de entrada hace ahora más de un siglo.
En nuestro país para no ir más lejos, en puertos de mar como los de Barcelona, Vigo, Gijón, La Coruña... Málaga, se recibían de forma intermitente productos de ultramar, muchos de los cuales (café, cacao, vainilla), llevaban en sus envoltorios multicolores estampillas destinadas a alabar la calidad, sabor y procedencia de dichos productos.
Muy pronto el público infantil comenzó a sentirse atraído por aquellas etiquetas o “estampas” en blanco y negro y más tarde en colores llamativos.

Aparecieron nombres y marcas extranjeras, aves exóticas, flores, razas humanas, animales... etc., que hacen que surja en Inglaterra y poco más tarde en países con tradición imperial como España, un coleccionismo, que, en realidad, se remonta a los siglos XVII y XVIII.
Hoy día hay importantes coleccionistas de obras de arte, sellos de correos, muñecas, llaveros, insignias deportivas y de cromos de fútbol, sin duda la temática más perseguida cada año.
Jugadores driblando, chutando, cabeceando y despejando el balón; estadios famosos con sus banderas al viento, los escudos representativos de los clubes españoles de primera división participantes en el nuevo campeonato liguero.
Aunque ya existían cromos de jugadores de foot-ball a comienzos del siglo pasado, el primer campeonato de liga que se celebró en nuestro país (1928-29)
y que ganó el F.C. Barcelona, ya tenía una edición de 80 cromos en blanco y negro.
Los deportes de masas, en especial el fútbol y el boxeo, experimentaron un extraordinario arraigo popular en aquellos años, naciendo numerosos grupos de hinchas en todas las ciudades y pueblos de nuestro país.

EL ARCA DE NOÉ
A comienzos del siglo pasado, muchas fueron las familias que procedentes de otras provincias andaluzas se afincaron en nuestra ciudad. Los Martín Collado de Úbeda fueron una de ellas, familia emprendedora que al poco tiempo de instalarse en Vélez, abrirían un respetable comercio en la hoy ya desaparecida calle Juan Fernández Palma, 3, antigua Mesones.
Este nuevo negocio suministraba al cliente veleño, todo lo que en particular podía demandar en aquella época, es decir, desde una simple golosina para los pequeños, hasta telas, sombrillas, lámparas de petróleo, bastones, bisutería, espejos y cuadros... etc.
Curiosamente la primera publicidad que empleó Martín Collado Herrera para dar a conocer su negocio, denominado hábilmente “El Arca de Noe”, se hizo a través de una colección de 22 cromos que tenían como protagonistas a los jugadores del Athletic Club de Bilbao y del Europa de Barcelona, y que representaban las alineaciones del partido correspondiente a la Final del Campeonato de España celebrado en el Estadio de las Corts, el 13 de mayo de 1.923.
Partido que ganó el equipo vasco por (1-0) tanto conseguido por el delantero internacional Travieso.

Estos cromos, de una peculiar cartulina endurecida, fueron pedidos expresamente a la firma francesa Guerin-Boutron, que tenía por entonces un sistema pionero de fabricación denominado cromolitografía, técnica capaz de imprimir una imagen en color a un precio razonable.

Muchísimos fueron los niños veleños de aquella época, que se desvivieron por tener al alcance de su mano la colección denominada, “Jugadores Campeones”, y que tenía publicado en una parte del reverso del cromo (foto), el Reglamento Internacional de Foot-ball Asociación. En la parte, la extensa gama de productos que ofrecía al cliente, indicando el popular eslogan de aquellos tiempos... Jamás se dice ¡No hay!

Esta colección, tras siete años de búsqueda incansable por todos los mercadillos y ferias del papel antiguo de España, pude felizmente completarla en 1.997.

Cromos de valor incalculable para el coleccionista profesional, y que se mostraron en Bilbao dentro de los numerosos actos y exposiciones que se celebraron entonces con motivo del Centenario del Athletic Club de Bilbao en 1.998.